Nunca me imagino siguiendo una línea recta que me lleve hasta un punto gris al final de mi vida y, sin embargo, vislumbro el extraño y resbaladizo punto siempre.
Es como si estuviera sin querer estar.
Me tengo que ver parada sobre el punto gris, en algún espacio, con algún extraño y con algún sonido en los párpados.
Y nunca quiero.
Nunca quisiera ser un ente que camina y camina como persiguiéndose a sí mismo sin atraparse pero pensando en que lo logrará tarde que temprano, sin verse siquiera, sólo evadiendo el extraño mundo parado afuera de su caparazón e intentando olvidar las cosas que van golpeándolo con gritos desesperados, porque lo único que le importa y le seguirá importando es atraparse por convicción.
¿Y el extraño, y el sonido, y el espacio?
¿Y el extraño, y el sonido, y el espacio?
Son todos consuelos, extrañas artimañas para seguir convencida de que el día en que me atrape llegará, que me podré tomar a mí misma y a mi caparazón -que para ese momento ya estará sobre el punto gris-... y que, entonces, nunca más me dejaré escapar.
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