Mis alas se revelan desconcertadas, me indican que hay un lago detrás de la materia condensada del mundo.
Que el encauzado lago venga a buscarme y yo me esconda, que venga porque en esta orilla volar no rimó con nadar, que de tanta sal mi pecho está extasiado, añorando claveles líquidos pero resignado a permanecer terrestre.
Que corra a nadarme en otoño como es hoy o en el verano ambiguo de los demás días de mi casa.
Que me rescate a su corriente, que emprenda fluvial vuelo a través de mis plumas de pasto.
Sin sol de día mis alas se revelan y se estrellan contra el techo como el pájaro que espera traspasar el espejo y se desangra antes de conocerse.
Sólo en el vuelo me conozco.
Como no es posible, mi sangre empieza a fluir fuera de mi cuerpo.
Igual que el pájaro que aguarda en un techo mientras mira sus alas desangrarse, yo me aferro a estas paredes que no alcanzan a salvarme del diluvio.
Entonces la sangre del agua sigue corriendo por un cauce ya familiar.
Yo aguardo. Sólo aguardo.
Que el encauzado lago venga a buscarme y yo me esconda, que venga porque en esta orilla volar no rimó con nadar, que de tanta sal mi pecho está extasiado, añorando claveles líquidos pero resignado a permanecer terrestre.
Que corra a nadarme en otoño como es hoy o en el verano ambiguo de los demás días de mi casa.
Que me rescate a su corriente, que emprenda fluvial vuelo a través de mis plumas de pasto.
Sin sol de día mis alas se revelan y se estrellan contra el techo como el pájaro que espera traspasar el espejo y se desangra antes de conocerse.
Sólo en el vuelo me conozco.
Como no es posible, mi sangre empieza a fluir fuera de mi cuerpo.
Igual que el pájaro que aguarda en un techo mientras mira sus alas desangrarse, yo me aferro a estas paredes que no alcanzan a salvarme del diluvio.
Entonces la sangre del agua sigue corriendo por un cauce ya familiar.
Yo aguardo. Sólo aguardo.
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